domingo, 13 de abril de 2014

Para tí que eres heterosexual.

Esta nota es solo para heterosexuales. Esas criaturas bendecidas por la naturaleza al ser mayoría y que nos desprecia tanto por ser justamente lo contrario. Somos una minoría es cierto. No se que tan minoría seamos, no se que tanto más crecemos a diario. Lo cierto es que los comprendo estimados heterosexuales, homofóbicos, religiosos, machos, etc,etc. Yo fui uno de ustedes.

Cuando te formas bajo el rigor de una familia religiosa o de una sociedad que condena la homosexualidad no tienes por qué sentir de otra forma. No te culpo, te comprendo.

A los 14 años conocí por primera vez a un gay. Él era un barbudo y varonil abogado que llegaba a almorzar algunas veces a casa por temas de trabajo. Yo escuche los rumores sobre su homosexualidad, escuche que lo habían sorprendido vestido de mujer, que tenía relaciones sexuales con hombres. El SIDA en esos tiempos recién se conocía y se conocía como una pandemia que principalmente atacaba a los gays. Yo lo odiaba por eso, porque tal vez podía contagiarnos SIDA, porque su vida me parecía sucia, antinatural. Cuando él se iba yo tomaba su plato y cubiertos y los lavaba diligentemente con lejía. Realmente me asqueaba ese señor. Mi entorno, mi formación religiosa, mi ignorancia me enseñaron a sentir eso.

Más tarde la vida me sorprendería cuando yo misma me sorprendía sintiendo una fuerte atracción por personas de mí mismo sexo. Me asustaba lo que sentía. Leí mucho sobre el tema. Entre otras cosas leí que a muchos jóvenes les sucedía eso en el trance de la adolescencia a la juventud. Me sentí aliviada, me pasaría pronto, era un tema de hormonas nada más. Pasó el tiempo y mi interés por los chicos menguaba peligrosamente, se imponía esa otra atracción prohibida y yo sufría porque no quería ser así, porque era pecado sentir así. Me casé apenas cumplí la mayoría de edad, eso me curaría. El hombre con el que me case era joven, apuesto, popular, buena persona y lo más importante me amaba y yo le quería infinitamente y yo quería que todo resultara bien. Teníamos la bendición divina ¿Qué podía fallar?-

Pertenecíamos a una comunidad religiosa, aspirábamos a ser un matrimonio feliz con 3 hijos y una vida laica ejemplar. Pero mi mente se distraía en las mujeres de mi comunidad. Me parecían tan guapas, me sentía feliz rodeada de ellas y de sus perfumados cabellos. De pronto mi mente las comenzaba a percibir de otras formas, yo quería ser esos chicos que las rodeaban, yo quería tener una oportunidad de conquistarlas.

Frenaba mi mente, me alejaba de ellas, oraba intensamente para no sentir lo que sentía, pero bastaba que alguna me hablara con ternura, tomara mi mano como se toman las manos las mujeres heterosexuales y yo otra vez estaba en "otra". Aclaro que nada de lo que sentía por ellas hasta entonces era sexual. Solo sentía una profunda atracción, admiración, deseo incontenible de tomarle la mano a alguna en particular y sentir asustada como latía mi corazón. La vez que sentí excitación sexual me sentí terrible, nunca más quise estar cerca de esa mujer, no quería ni mirarle a los ojos. Me ausente de ese grupo.

Mi matrimonio naufragó por más ganas que le pusimos. Duro casi 10 años. Me separé y empezó una vida llena de otras luchas por sobrevivir al mundo laboral. Y siempre en mi mente las preguntas sobre mi sexualidad hasta que en una discoteca una mujer me beso y lo supe. Yo era diferente, aunque quisiera ser como la mayoría, yo no era como la mayoría. Yo no era heterosexual y sin embargo había sido homofóbica.

Mi gran amor fue una mujer, una maravillosa mujer. Agradezco a la vida por haberla conocido aunque la relación terminara por los mismos motivos que acaban las relaciones heterosexuales.

No se puede apoyar lo que no se comprende, lo que no se siente, lo que no se vive en carne propia; salvo tengas una mente abierta y un corazón grande.

 Mis hijas saben quién y que soy y me aman. Algunas de mis amistades también lo saben, algunas lo comprenden, otras lo toleran, otras nunca más mencionaron mi confesión, otras "lavan el servicio y los cubiertos con lejía cuando voy a sus casas". Yo les entiendo. Pero eso no evita que me duela inmensamente el odio, el desprecio que percibo, que leo en las redes sociales de quienes se oponen a la aprobación de esta ley. "Sodoma y Gomorra", "anormales", "pervertidos" ,"Muerte a los gays" etc,etc. En mi país está en debate la aprobación de la ley de Unión Civil entre parejas del mismo sexo, ayer marcharon miles de personas por la calles de la capital solicitando su aprobación. En las redes los homofóbicos y defensores de la iglesia se ríen de la cantidad de asistentes a la marcha, dicen que son muy pocos, que el país es de más de 30 millones de personas y que los gays somos una minoría ínfima que no merece ser escuchada. Yo creo que por cada valiente gay y lesbiana que marcharon ayer hay mil en el closet como yo.
¿Quién sale a la calle para ser causa de burla, de odio, de desprecio defendiendo sus derechos? Solo los muchos valientes de ayer. A ellos muchas gracias y perdón por jugar a las escondidas en tiempos de lucha.
Yo solía pensar que esta ley no era importante, que era mucho aspirar querer casarte con alguien de tu mismo sexo o en este caso tener una unión civil no era necesario. Mucho "roche”, mucha exposición innecesaria, total ¿no nos toleran ya más que antes?
Error, hace poco un tipo agarró a machetazos en la cara a la mujer de su hermana y la desfiguró. El odio es poderoso y se alimenta de la ignorancia, de la falta de protección de las minorías por parte del estado. Yo espero, quiero que se apruebe esta ley porque creo que todos merecemos los mismos derechos. Hace unos pocos años otras minorías eran discriminadas, consideradas sus vidas un castigo divino, hoy a nadie se le ocurriría despreciar a un hijo porque tiene síndrome de Down, a nadie se le ocurriría desterrarlo a un hospicio condenado al olvido y al dolor solo para que nuestras vidas sigan normales y honorables.
Que no nos comprendan, entiendan, lo acepto. Pero no acepto el desprecio, el odio, el destierro.
Nosotros también tuvimos nuestra lucha interna, nuestro sufrimiento, nosotros queríamos ser "normales" pero entiéndanlo somos diferentes en nuestra forma de sentir. Si a Dios le disgusta mi forma de sentir, de amar aceptaré su juicio pero solo el de él. A nosotros los cristianos no nos corresponde juzgar. Solo nos corresponde amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Esta ley se trata de derechos civiles. De si mi pareja tiene un seguro social percibirlo yo, de si ella enferma poder ser yo quien decida sobre su tratamiento, poder ser yo quien esté tomando su mano en la cama de un hospital sin que su familia homofóbica me lo impida, se trata de tener un patrimonio común que heredarnos.

Si mi madre, mi hermana, mi hijo, mi nieta deciden vivir con una pareja de su mismo sexo me alegrará que legalmente este protegido como cualquier otro ciudadano heterosexual.

Gracias a los que luchan en las calles, a los que no tienen miedo de mostrar la cara. Ellos ciertamente cambiaran la historia y nosotros los del closet jugando a las escondidas gritamos en silencio su victoria, sufrimos en silencio los golpes, el odio, el insulto.


Porque es justicia que esperamos alcanzar  #UnionCivilYa