Esta nota es solo para heterosexuales. Esas criaturas bendecidas por la
naturaleza al ser mayoría y que nos desprecia tanto por ser justamente lo
contrario. Somos una minoría es cierto. No se que tan minoría seamos, no se que
tanto más crecemos a diario. Lo cierto es que los comprendo estimados
heterosexuales, homofóbicos, religiosos, machos, etc,etc. Yo fui uno de
ustedes.
Cuando te formas bajo el rigor de una familia religiosa o de una sociedad
que condena la homosexualidad no tienes por qué sentir de otra forma. No te culpo,
te comprendo.
A los 14 años conocí por primera vez a un gay. Él era un barbudo y varonil
abogado que llegaba a almorzar algunas veces a casa por temas de trabajo. Yo
escuche los rumores sobre su homosexualidad, escuche que lo habían sorprendido
vestido de mujer, que tenía relaciones sexuales con hombres. El SIDA en esos
tiempos recién se conocía y se conocía como una pandemia que principalmente
atacaba a los gays. Yo lo odiaba por eso, porque tal vez podía contagiarnos SIDA,
porque su vida me parecía sucia, antinatural. Cuando él se iba yo tomaba su
plato y cubiertos y los lavaba diligentemente con lejía. Realmente me asqueaba
ese señor. Mi entorno, mi formación religiosa, mi ignorancia me enseñaron a
sentir eso.
Más tarde la vida me sorprendería cuando yo misma me sorprendía sintiendo
una fuerte atracción por personas de mí mismo sexo. Me asustaba lo que sentía.
Leí mucho sobre el tema. Entre otras cosas leí que a muchos jóvenes les sucedía
eso en el trance de la adolescencia a la juventud. Me sentí aliviada, me
pasaría pronto, era un tema de hormonas nada más. Pasó el tiempo y mi interés
por los chicos menguaba peligrosamente, se imponía esa otra atracción prohibida
y yo sufría porque no quería ser así, porque era pecado sentir así. Me casé
apenas cumplí la mayoría de edad, eso me curaría. El hombre con el que me case
era joven, apuesto, popular, buena persona y lo más importante me amaba y yo le
quería infinitamente y yo quería que todo resultara bien. Teníamos la bendición
divina ¿Qué podía fallar?-
Pertenecíamos a una comunidad religiosa, aspirábamos a ser un matrimonio
feliz con 3 hijos y una vida laica ejemplar. Pero mi mente se distraía en las
mujeres de mi comunidad. Me parecían tan guapas, me sentía feliz rodeada de
ellas y de sus perfumados cabellos. De pronto mi mente las comenzaba a percibir
de otras formas, yo quería ser esos chicos que las rodeaban, yo quería tener
una oportunidad de conquistarlas.
Frenaba mi mente, me alejaba de ellas, oraba intensamente para no sentir lo
que sentía, pero bastaba que alguna me hablara con ternura, tomara mi mano como
se toman las manos las mujeres heterosexuales y yo otra vez estaba en
"otra". Aclaro que nada de lo que sentía por ellas hasta entonces era
sexual. Solo sentía una profunda atracción, admiración, deseo incontenible de
tomarle la mano a alguna en particular y sentir asustada como latía mi corazón.
La vez que sentí excitación sexual me sentí terrible, nunca más quise estar
cerca de esa mujer, no quería ni mirarle a los ojos. Me ausente de ese grupo.
Mi matrimonio naufragó por más ganas que le pusimos. Duro casi 10 años. Me
separé y empezó una vida llena de otras luchas por sobrevivir al mundo laboral.
Y siempre en mi mente las preguntas sobre mi sexualidad hasta que en una
discoteca una mujer me beso y lo supe. Yo era diferente, aunque quisiera ser
como la mayoría, yo no era como la mayoría. Yo no era heterosexual y sin
embargo había sido homofóbica.
Mi gran amor fue una mujer, una maravillosa mujer. Agradezco a la vida por
haberla conocido aunque la relación terminara por los mismos motivos que acaban
las relaciones heterosexuales.
No se puede apoyar lo que no se comprende, lo que no se siente, lo que no se
vive en carne propia; salvo tengas una mente abierta y un corazón grande.
Mis hijas saben quién y que soy y me aman. Algunas de mis amistades
también lo saben, algunas lo comprenden, otras lo toleran, otras nunca más
mencionaron mi confesión, otras "lavan el servicio y los cubiertos con
lejía cuando voy a sus casas". Yo les entiendo. Pero eso no evita que me
duela inmensamente el odio, el desprecio que percibo, que leo en las redes
sociales de quienes se oponen a la aprobación de esta ley. "Sodoma y
Gomorra", "anormales", "pervertidos" ,"Muerte a
los gays" etc,etc. En mi país está en debate la aprobación de la ley de
Unión Civil entre parejas del mismo sexo, ayer marcharon miles de personas por
la calles de la capital solicitando su aprobación. En las redes los homofóbicos
y defensores de la iglesia se ríen de la cantidad de asistentes a la marcha,
dicen que son muy pocos, que el país es de más de 30 millones de personas y que
los gays somos una minoría ínfima que no merece ser escuchada. Yo creo que por
cada valiente gay y lesbiana que marcharon ayer hay mil en el closet como yo.
¿Quién sale a la calle para ser causa de burla, de odio, de desprecio
defendiendo sus derechos? Solo los muchos valientes de ayer. A ellos muchas
gracias y perdón por jugar a las escondidas en tiempos de lucha.
Yo solía pensar que esta ley no era importante, que era mucho aspirar querer
casarte con alguien de tu mismo sexo o en este caso tener una unión civil no
era necesario. Mucho "roche”, mucha exposición innecesaria, total ¿no nos
toleran ya más que antes?
Error, hace poco un tipo agarró a machetazos en la cara a la mujer de su
hermana y la desfiguró. El odio es poderoso y se alimenta de la ignorancia, de
la falta de protección de las minorías por parte del estado. Yo espero, quiero
que se apruebe esta ley porque creo que todos merecemos los mismos derechos.
Hace unos pocos años otras minorías eran discriminadas, consideradas sus vidas
un castigo divino, hoy a nadie se le ocurriría despreciar a un hijo porque
tiene síndrome de Down, a nadie se le ocurriría desterrarlo a un hospicio
condenado al olvido y al dolor solo para que nuestras vidas sigan normales y
honorables.
Que no nos comprendan, entiendan, lo acepto. Pero no acepto el desprecio, el
odio, el destierro.
Nosotros también tuvimos nuestra lucha interna, nuestro sufrimiento,
nosotros queríamos ser "normales" pero entiéndanlo somos diferentes
en nuestra forma de sentir. Si a Dios le disgusta mi forma de sentir, de amar
aceptaré su juicio pero solo el de él. A nosotros los cristianos no nos
corresponde juzgar. Solo nos corresponde amar a nuestro prójimo como a nosotros
mismos.
Esta ley se trata de derechos civiles. De si mi pareja tiene un seguro
social percibirlo yo, de si ella enferma poder ser yo quien decida sobre su tratamiento,
poder ser yo quien esté tomando su mano en la cama de un hospital sin que su
familia homofóbica me lo impida, se trata de tener un patrimonio común que
heredarnos.
Si mi madre, mi hermana, mi hijo, mi nieta deciden vivir con una pareja de
su mismo sexo me alegrará que legalmente este protegido como cualquier otro
ciudadano heterosexual.
Gracias a los que luchan en las calles, a los que no tienen miedo de mostrar
la cara. Ellos ciertamente cambiaran la historia y nosotros los del closet
jugando a las escondidas gritamos en silencio su victoria, sufrimos en silencio
los golpes, el odio, el insulto.
Porque es justicia que esperamos alcanzar #UnionCivilYa